lunedì 6 dicembre 2010
Gugulandia en italiano, por la editorial Cagliostro Press
PRÓLOGO
De la sutileza a la evidencia
Por Yoani Sánchez
Como en cada cosmogonía que se respete Gugulandia es un espejo de todos los universos posibles. La sílaba gu simboliza el primer intento humano de comunicarse con sus semejantes así que éste es el país de los que dialogan, de los que hacen preguntas y ensayan respuestas, donde no falta la inocencia y la ambición, el miedo, la soberbia y los infinitos problemas que la convivencia crea entre la gente de todos los tiempos.
Siete personajes le bastaron a Hernán Henríquez (La Habana, 1941) para el génesis de este mítico y remoto paraje de la historia humana: El rey, el brujo, el artista, el cazador, el guerrero, la mujer y un niño, a quien apodan “el piraña” por su voraz apetito. También estaban “los placatanes”, esos enormes animales que unas veces perseguían y otras alimentaban a la tribu, pero todo esto contado en las páginas de la prensa oficial cubana entre 1964 y 1980, posiblemente los años de mayor intolerancia del proceso revolucionario.
Se tenía que ser profundamente malpensado, tener vocación de Torquemada, para encontrar en estas historietas algo que contradijera la ideología del Partido, pero también se tenía que ser muy tonto para no darse cuenta de las segundas y terceras lecturas que subyacían detrás de aquellos dibujos en los que una sonrisa, una mueca o una mirada de sospecha subrayaban o matizaban las palabras. “Demasiado sutil”, decían los críticos de entonces, pero en medio de tan largas ovaciones aprobatorias, de tantos aplausos prolongados; conviviendo con la permanente apología que inundaba las otras páginas, Gugulandia era portadora de un mensaje tan fresco y alentador que terminaba siendo contestario.
En 1966 la historieta fue llevada a la pantalla grande, entre otras cosas porque su autor había comenzado su vida laboral en 1959 como dibujante de animados en el Instituto de Cine. A comienzos de 1977, los héroes de esta preficción aparecieron en 25 historietas, con una altura de once metros cada una, en una espectacular exposición titulada “El trabajo hizo al hombre”, ni más ni menos que para saludar el dieciocho aniversario del triunfo de la revolución, visitada en tres meses por más de 150 mil personas en El Pabellón Cuba, el más importante centro expositor del país.
Como muchas otras cosas los gugus se marcharon del país en 1980. Para las personas de mi generación que solo alcanzamos a ver aquellas tiras siendo niños, Gugulandia era una referencia en las conversaciones de la gente de más edad, que siempre hablaban del tema con cierto aire de superioridad, como si a los que llegamos después nos faltara algo insustituible por habernos perdido estas escenas de cuando la furia de los placatanes imperaba sobre la faz de la tierra.
Del otro lado Gugulandia encontró nueva vida. Nunca antes se había visto con colores tan nítidos, ni con la libertad que permitía exponer las ideas desembozadamente. Como ya no era necesario ser sutil enfrentó el riesgo de volverse, según los actuales críticos, “demasiado evidente”. De lo que no pudo separarse es de su gracia, proveniente de la idea original de presentar un mundo en el que se cuenta cómo se inventaron las cosas que hoy conocemos, sin que falten los humorísticos anacronismos, las falsas interpretaciones y la permanente sorpresa ante lo que se descubre. Un mundo donde los hombres elementales encuentran sus verdades gracias al error y la crítica, donde la comunicación, nacida del gu primigenio es lo más importante.
Este libro que me han honrado en prologar solo podrá entrar a Cuba de forma clandestina. Otra generación de lectores se complacerá en pasarlo de mano en mano, tal vez envuelto con la carátula de algo más inocente. Tendrá seguramente otra legión de admiradores.
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